Cuando tienes tanto y nada que
decir es mejor dejarse escribir, guiada por los renglones rellenos de frases
sinsentido que dicen todo lo que quieres decir sin saberlo. Yo, que soy una
persona sin más, más para allá que para acá, tan inestable como los días y tan
alegre como el sol cuando quema después de una larga temporada de invierno
frío. Yo, que lleno con mi risa salas de colores y transformo los días grises
en atardeceres llenos de luz. Yo, que me entrego por quien me llena y que daría
todo por mi sangre, que tengo capacidades para desarrollar todo lo que me
proponga, que tengo el poder de resolver todo. Yo, que puedo ser tan dulce como
un beso o tan fría como un glaciar, que puedo hacer que te sientas entre mantas
o como un mendigo en pleno diciembre. Yo, que sé dónde apuntar con la flecha y
tengo puntería, que apuntaba maneras, que mi camino estaba claro y yo muy
definida. Que fui lo más seguro de uno mismo que nadie puede imaginar. Que dediqué
horas y horas a alabarme, a mirarme en el espejo y decirme “te quiero” a sonreírme
los días en los que me caía mal, a dar todo el amor que siempre me ha faltado. Yo,
que ahora me reduzco a menos del cuarto de la mitad de todo eso. Yo, que ahora
dudo a diario de quien soy, que me pruebo la ropa tantas veces que ni la ropa
me soporta, que no doy amor a nadie porque ni lo tengo para dármelo a mi, que
lloro, que rio, que lloro, lloro y rio y lloro. Yo, que ya no quiero estar sola
y que me canso del tiempo conmigo misma, que la gente me da pánico y me agobia,
que no me entiendo ni yo, que dudo de donde vengo y ni se a donde voy. Que no
es que me haya dejado nada por el camino, que he compartido todo, y que todo
sigue en mí. Pero está en vacuolas, muy dentro, que tengo endocitada toda mi
esencia. Allí lo guardé un día pensando que no había mejor baúl que uno mismo,
y que encima el mío era sinfín. Pobre ilusa de mí, que mira que me costó
meterlo todo ahí, apretujado y amontonando unas cosas sobre otras, pensando que
lo peor había sido conseguir que entrara, no dándome cuenta de que lo peor
estaba por llegar cuando intentase sacar algo de ahí. Porque para sacar lo que
está abajo del todo, antes tiene que salir lo que está encima, aunque no
quieras, y ya no va a salir cuando tú
quieras, sino cuando esas cosas puedan salir, cuando deje de hacer presión
hacia dentro. Aquí le hablo a mi inconsciente pidiéndole que desate las cuerdas
de lo que duele, que las corte con navajas y que las tire o se las coma o salte
a la comba con ellas, que necesito sacar todo eso, que me pesa, que no es más
que una carga, que tenemos que estar bien todos aquí, y que en este arca ya hay
demasiado peso y yo quiero seguir viviendo.